BambiDiscovery

Sexo, drogas y ropa de diseñador son la fuerza vital y brutal detras de una heroína que se define a si misma como una "extraña mezcla entre Madonna y Paquita la del Barrio"

viernes, septiembre 30, 2005

Capítulo 2: Besos con B de Bambi

Bésame mucho
Como si fuera esta noche la última vez…

Consuelo Velázquez
Capítulo 2: Besos con B de Bambi

“Señoras y señores démosle la bienvenida con un fuerte aplauso a Bambi Discovery y sus Chichifos inter Galácticos” anunció el presentador del cabaret. Los reflectores se encendieron y al centro del escenario sobre una silla Herman Miller de patas largas estaba yo: diosa de la noche, sirena de ciudad, Femme Fatale del tercer mundo. Mi cuerpo era delineado por un vestido Thierry Mugler, apretadísimo, en satín de color rojo sangre. Mis brazos aleteaban al ritmo peligroso de la música cubiertos en unos guantes de seda Yves Saint Laurent que llegaban hasta los codos. Y por último lo más importante, lo que distingue a una mujer de un adefesio cualquiera; las zapatillas. Las mías eran de aguja, invariablemente Gucci.

El espectáculo comenzó con “Bésame Mucho” de Consuelo Velázquez, en una versión muy mía que va del bolero a la polka y de ésta al trip-hop, vanguardista y ecléctica, en pocas palabras. Estoy consciente de que mis propuestas artísticas no son fáciles de digerir, incluso han sido consideradas de mal gusto, pero requieren de una cierta sensibilidad, la que sólo pueden dar el alcohol o las drogas. En fin, creo que lo mejor es verme en vivo, de otra manera es difícil creer que un ser como yo pueda existir.

El público esa noche no era precisamente multitudinario pero lo compensaban con adoración en sus rostros. Al final de cada canción los gritos eran ensordecedores. “Bájate, bájate” aclamaban con fanatismo. Seguramente deseaban que fuera hasta sus mesas a cantarles al oído, pero una estrella como yo, permanece siempre etérea sobre el escenario. Inalcanzable.

Al llegar a mi camerino, un par de desconocidos me esperaban ya. “Bambi, ellos son Bonifacio y Rúdico, son fans tuyos y quieren saludarte” me dijo la Queta. Un simple vistazo bastó para darme cuenta que en efecto, sólo venían a saludarme: ropa Zara en colores neutros, cinto y zapatos coordinados, corte cabello impecable.

“Tu show está fregón, nos enteramos de que cantarías esta noche y pos órale nos vinimos desde Monterrey a verte para celebrar nuestro segundo aniversario” me comentó entre lágrimas uno de ellos. “Lo sabía” me dije a mí misma. “¡Te la bañas Bambi! Nunca habíamos visto a alguien que hiciera eso con la pata de una silla ¡Qué bárrrrrbara!” comentó el otro con genuina admiración. “Y no han visto lo que hace con una canasta de frutas cuando canta Vereda Tropical” añadió la Queta. El primero de ellos se acercó aun más y me dijo “eres simplemente fabulosa y pos te hemos traído un regalito, es sólo un detalle, verdad…pero con la condición de que nos dejes ver como se te ve puesto… se llama Uvaldo”. En ese momento entró en mi camerino un adonis norteño, alto, aperlado, barba cerrada, un cuerpo sólido y hermosamente masculino, pero lo que más me impresionó fue el tamaño de sus botas. Sonreí, con esa dimensión de calzado podía adivinar lo que escondían sus jeans ajustados.

“Queta tu presencia ya no es requerida, déjanos solos” le dije “Pero Bambi, yo también quiero ver” me contestó la muy viciosa, “Queta no me provoques, tú sabes que no sólo soy bella, también puedo ser cruel. No me obligues a humillarte públicamente, aunque te guste” hice un gesto con mi mano y obedeció a regañadientes, ejecutando un sonoro portazo.

“No se dejen engañar, a veces puedo ser una perra, pero no quiero que digan en el norte que Bambi es una malagradecida…” en seguida, me acerqué a Uvaldo, deslicé mi mano sobre su paquete, desabroché sus pantalones y de ahí extraje un trozo de carne como para darle de comer a una familia de 10. Me quedé paralizada apenas si lo podía sostener con ambas manos. Su volumen y firmeza podrían fácilmente dislocarme una mandíbula pero enfrenté el reto con valentía. Tomé el portentoso pene por la base, le empecé a dar de besos frenéticamente, los besos se convirtieron en lenguetazos y éstos se tornaron en succiones dignas de una aspiradora de alfombras. A juzgar por los jadeos del buen Uvaldo mi técnica era la apropiada.

Los sonidos húmedos de mis labios en plena acción habían puesto a Bonifiacio y a Rúdico en un nivel de fogosidad tal que sin pedir permiso se encueraron y empezaron a copular como poseídos. Jamás me hubiera imaginado que dos hombres pudieran hacer tantas cosas. Definitivamente parecía divertido. Yo, montada en mi semental cual amazona triunfante contemplaba la escena extasiada.

Uvaldo y yo estábamos ya en la posición 73 del Kamasutra, cuando alguien golpeó a la puerta. “Bambi, tienes una llamada muy urgente es la Güera Moreno”. Me separé de mi norteño y tomé el celular que la Queta me pasó por la puerta. “Bambi, ¿qué haces guarra que no me contestas?” me dijo mi amiga, “Güera, mi vida, ¿de dónde me llamas grandísima puta?” le contesté. “Acabo de llegar a México, tengo una sorpresa que te cagas”. Le comenté a mis nuevos amigos que tenía que salir de imprevisto pero que me dejarán su teléfono en Monterrey para vistarlos próximamente. La Güera Moreno es una de las mujeres más perversas que conozco, me moría de curiosidad por ver lo que se traía entre manos esa zorra…